La jornada comenzó temprano, acompañada de una temperatura más baja que la de los anteriores días, como debe ser habitual en un último sábado de octubre, fecha escogida por la organización de este festival tras el aplazamiento sufrido a consecuencia de las anteriores lluvias, que aunque, a esas horas no parecían amenazantes, se presumía que podrían volver ya adentrado mediodía.
La bienvenida al programa de actividades que el festival del membrillo tenía preparada para el presente año, nos la dieron tres vecinas carcabulenses de la Asociación de Amas de Casa, de esas que llevan la hospitalidad y la vocación de cuidar de la familia -su mayor tesoro- por bandera. Ellas eran las encargadas de ofrecer y preparar el tradicional ‘Desayuno Membrillero’, y aunque la receta podía parecer sencilla, los tiernos molletes apilados para la ocasión, bañados con el AOVE DO de Priego de Córdoba, se fusionaban con una carne de membrillo tan suave y jugosa como esa receta centenaria debía dictarlo.
Había que cargarse de energía, pues los 7,3 kilómetros de que teníamos por delante durante las próximas tres horas, se hacían un reto para aquel que ya tiene dejado eso del deporte a causa de los quehaceres diarios. La Ruta del Puente Califal era el siguiente punto del día, y el joven guía ya nos esperaba para tirar de nosotros por los verdes montes de la Subbética.
El itinerario comenzaba con los primeros repechos, y aunque no se tornaba duro en dificultad, esos desniveles hicieron que el frío matinal quedara ya muy atrás y las capas externas de ropa sobraran. Los incipientes paisajes nos esperaban, para sucederse de menos a más, hasta poco a poco, adentrarnos en el corazón de la Subbética.
Pronto llegó la primera parada, la que le da nombre a la ruta: el Puente Califal del s.X, que agazapado entre olivares, resiste el paso de los siglos y civilizaciones, aunque no el de su reciente restauración, algo cuestionada entre los senderistas compañeros de viaje. De una forma u otra, los caprichos del terreno o el saber hacer de sus antiguos constructores, han permitido que siga cumpliendo su función: salvar las aguas del arroyo Palancar en este camino que ya podemos denominar milenario y que en su momento formaba parte de la infraestructura de la red viaria medieval del Califato de Córdoba.
A partir de aquí, estas aguas nos acompañarán a lo largo de las siguientes etapas del recorrido, unas veces canalizadas, otras, en su curso natural surcado por la naturaleza, pero siempre bañando a su paso fértiles tierras, las cuales nos ofrecen a lo largo de los siguientes kilómetros los mejores regalos del otoño. Nueces, granadas y bellotas nos saludan entre ese bosque de aceitunas para deleitarnos no solo a la vista, si no también al gusto; y como no, membrillos, muchos membrillos, los protagonistas de la jornada.
La ruta, como no podía ser de otra manera en la Subbética, se abría paso en un horizonte dibujado por un mar de olivos, a veces sosegado, a veces tempestuoso con crestas de roca kárstica, que la geología nos cuenta que alguna vez formaron parte del lecho marino. También es tiempo de las primeras recogidas de aceitunas, y en nuestro camino nos cruzamos con algunos agricultores afanados en la labor, quienes no entienden de fines de semana, solo de dedicación y esmero, de mimar la tierra y su fruto. Gracias a ellos podemos presumir de nuestro oro líquido a lo largo y ancho del mundo.
Es en ese momento, cuando sobre las más altas ramas de olivar, parece brotar el castillo de Carcabuey, bien curtido por el paso del tiempo, icono turístico de este pueblo de la Subbética, que nos recibía para darnos almuerzo.
Nos acercábamos al final y las energías flaqueaban tras luchar con una cuesta interminable que no parecía invitarnos a alcanzar las primeras calles del casco urbano. La celebración de Sabores del Mundo llegó como caída del cielo para reponer las fuerzas, aunque también la lluvia, que nos otorgó una pequeña tregua antes de llegar al Parque Municipal para descubrir la perla de la jornada.
Diferentes carpas alojan varios países de provenientes de Europa y Latinoamérica deleitándonos con una heterogénea oferta gastronómica mezcla de culturas e historia, cocinada por manos de diversas genéticas. En estas pequeñas embajadas del buen comer, familias nos ofrecían con gusto la materialización de sus tradicionales recetas, desde el sancocho y arroz con coco de Colombia, hasta el puré de guisante de Países Bajos, pasando por las catrachitas hondureñas o la parrillada argentina.
Una vez llenado el estómago, el frío adelantaba que las predicciones serían ciertas, pues Carcabuey no se libró finalmente de la lluvia en su fiesta del membrillo, pero al menos, en esta ocasión nos permitió compartir una gran jornada donde naturaleza, cultura y tradición se dieron la mano.